×
Ayuntamiento de Santiurde de Toranzo
Santuario Nuestra Señora del Soto (Iruz)


El origen del convento de San Francisco, en Soto-Iruz, se remonta a los siglos medievales. Al siglo XIII pertenece la imagen de la patrona, cuya advocación se celebra el 5 de agosto, y cuya devoción traspasa los límites del valle de Toranzo en donde se halla enclavado este espléndido edificio, que tuvo su momento de mayor auge en la época barroca. Tras la desamortización de 1836 fue abandonado, hasta que, en 1899, se hacen cargo de él los carmelitas, que lo mantuvieron hasta 1981. Hoy, tras varias décadas de olvido, renace de sus ruinas para recuperar su brillante pasado desde una nueva perspectiva, no ajena a su idea fundacional, como Casa Diocesana de Espiritualidad.

Tras el Concilio de Trento, las órdenes mendicantes –franciscanos y dominicos– se plantean difundir la devoción mariana y los demás principios tridentinos –celebración de los siete sacramentos, predicación, culto a los santos y a las ánimas del Purgatorio, entre otros– por los valles cántabros, cuyas gentes, al parecer, seguían imbuidas de tradiciones y costumbres paganizantes. Los frailes de San Francisco, que desde hacía varios siglos se habían ido estableciendo en las Villas de la Costa –Castro Urdiales, Santander, Laredo y San Vicente de la Barquera– inician su incursión hacia el interior de La Montaña, fundando un convento en Reinosa, en 1518, y medio siglo más tarde en este lugar de El Soto, en medio del fértil valle de Toranzo, junto al río Pas. Ardua fue la tarea de levantar el edificio, quizás a costa de otras edificaciones precedentes, pues la emblemática torre es la construcción más antigua que queda del anterior templo.

Este antiguo convento está constituido por un conjunto de edificaciones de diversa índole, entre las que destaca su monumental iglesia y el claustro, además del resto de las estancias: sacristía, celdas, aulas, refectorio… La construcción comenzó a finales del siglo XVI. En 1573, según la documentación, ya se habían iniciado algunas obras. No obstante, las principales dependencias datan de los siglos XVII y XVIII. La historia del edificio está íntimamente ligada a la del valle de Toranzo. Durante la época barroca fue corazón y guía de la vida y la religiosidad de esta comarca del curso medio del Pas, cuya piadosa gente contribuía con sus limosnas a mantener el culto y el ornato del templo. Entre las apor-taciones más relevantes hay que destacar las de las familias más pudientes –los Ceballos, los Quevedo, los Bustamante… –, que adquirían los derechos para poder enterrarse en las capillas, al mismo tiempo que dotaban a la iglesia de retablos y objetos litúrgicos. Es digna de destacar la gran aportación de los indianos, que enviaron desde América mandas de dinero o joyas –abundante platería en lámparas y vasos sagrados– para enriquecer el templo. LA IGLESIA diseñada por el famoso arquitecto Juan de Naveda –arquitecto real y autor, entre otras obras, de la reforma del Castillo de Santander, la capilla del Rosario de la catedral de esta misma ciudad, el ayuntamiento de Oviedo y la cúpula del crucero de la catedral de León–, pertenece al estilo clasicista, que es la primera etapa del estilo barroco, y su planta presenta una forma de cruz latina. Fue edificada durante la primera mitad del siglo XVII, a partir de 1608, fecha en que se instala la comunidad, y en 1634 ya se estaban terminando algunas capillas. Responde al modelo de convento franciscano barroco –similar al que más tarde se levantará en Santander sobre el solar que hoy ocupa el Ayunta-miento–, constituido por una planta rectangular con una sola nave y capillas laterales entre gruesos con-trafuertes. El exterior es muy sobrio y refleja la estructura interna. La portada principal se sitúa bajo la torre, ubicada al oeste. Está formada por un pórtico o za-guán cubierto con bóveda de cañón, en cuyo fondo se abre la puerta de ingreso a la nave de la iglesia. LAS CAPILLAS Y LOS RETABLOS Este convento contiene, sin duda, uno de los conjuntos más importantes de retablos de la región, junto con el de los dominicos de Las Caldas de Besaya, y su cronología se sitúa a lo largo de los siglos XVII y XVIII. El retablo mayor es de proporciones monumentales, y responde al modelo de retablo barroco de orden salomónico de finales del siglo XVII.

Construido hacia el año 1687 (según consta en la bóveda), está formado por una predela, en cuyo centro se encuentra el sagrario-expositor, con columnas salomónicas (el actual es de metal, moderno).

En el cuerpo destaca la gran hornacina central, enmarcada por columnas salomónicas, en la que se venera la pequeña imagen gótica de la Virgen con Niño patrona del templo, del siglo XIII. En las hornacinas laterales se encuentran las imágenes de san Buenaventura y santo Domingo. Este retablo lo debió realizar algún maestro de los talleres de Limpias o de Trasmiera, por su relación formal con los de Solórzano, Rasines y San Vicente de la Barquera.

El retablo del Sagrado
Corazón se halla situado en el brazo del evangelio del crucero. Por sus características estéticas dedu-cimos que puede datar de mediados del siglo XVII. Presenta la predela con un sagrario decorado con el relieve de la Flagelación en la puerta, y tallas de san Pedro y san Pablo a los lados. En las calles laterales aparecen relieves de un obispo escritor (qui-zás san Agustín) y de un Papa con la cruz patriarcal (tal vez san Silvestre).

La capilla de Bustamante es la primera de la nave del evangelio. En su muro frontal se lee la siguiente inscripción: “ESTA CAPILLA FUNDARON EL VENERABLE SEÑOR LICENCIADO DON LOPE DE BUSTAMANTE BUSTILLO Y DOÑA CRISTINA RAMIREZ MEDENILLA SU MU-JER. DEJARON POR SU PRIMERA PATRON DE ELLA A DON PEDRO DE BUSTAMANTE BUSTILLO SU SOBRINO. DOTARONLA EN 60 DUCADOS CADA AÑO A HONRA Y GLORIA DE DIOS Y DE SU MADRE SANTÍSIMA. ACABOSE AÑO DE 1634”. El retablo está dedicado a san Antonio de Padua, franciscano portugués compañero del fundador de la orden, y fue realizado en la primera mitad del siglo XVIII. El retablo de la Dolorosa (antiguo del Santo Cristo) está situado en la segunda capilla del lado del evangelio, y es el único del que se conserva documentación. Su gran hornacina del ático delata que perteneció al Santo Cristo y, por tanto, es el que construye, en 1730, Vicente Ortiz de Arnuero, autor que diseñó los retablos del santuario de la Bien Aparecida. La Capilla de los Quevedo se ubica, a su vez, en el brazo de la epístola del crucero, y fue fundada por Pedro de Quevedo, según se lee en una lá-pida del arcosolio funerario rematado con escudo de armas: “ESTA CAPILLA MANDARON HACER DON PEDRO DE QUEVEDO CEBALLOS Y DOÑA JOSEFA DE CEBALLOS COS Y COSÍO, SU MUJER A HONRA Y GLORIA DE DIOS Y DEL APOSTOL SAN PEDRO Y LA DOTARON EN 40 DUCADOS CADA AÑO Y ENTREGARON EN CENSOS LA CANTIDAD. AÑO DE 1682”.

También son de interés los retablos de la Purísima y de santa Lucía, situados en la primera y segunda capilla del lado de la epístola, respectivamente. Bajo el coro se encuentra la capilla del Cristo, de carácter sepulcral, presidida por un Cristo barroco de gran valor artístico.

También son dignas de mención las rejas que separan el ábside del crucero y el sotocoro de la nave, por ser de la época y de buena factura. Además de los retablos, y como pieza de interés artístico, encontramos en el coro un órgano de transmisión neumática, construido en 1913 por la fábrica de Lope Alberdi –el mismo organero que más tarde fabricaría el del Santuario de la Bien Aparecida–, y reformado veinte años más tarde. Es un órgano romántico, considerado como uno de los mejores de Cantabria en cuanto a su tamaño y so-noridad, y ha sido restaurado recientemente, man-teniendo toda la estructura original del instrumento.

La sacristía es un amplio recinto rectangular de dos tramos cubiertos con bóveda de arista, que se halla adosado al muro sur del ábside. Destaca en ella una excelente cajonería de madera de nogal, con entrepaños tallados con decoración vegetal. En un amplio espacio situado entre la sacristía y el claustro se ubica la gran escalera conventual, que comunica las diversas dependencias del monasterio.

Es de piedra de sillería y va unida a los muros laterales, cerrando el espacio una gran cúpula de ladrillo encalado. Las pinturas que decoran las pechinas y los falsos nervios de la cúpula son sobrias y de carácter popular. EL CLAUSTRO Su construcción es algo posterior a la iglesia (en uno de sus muros aparece la fecha de 1664). En sus trazas se documenta la intervención del gran ar-quitecto montañés fray Lorenzo de Jordanes, autor, entre otras obras, de los conventos de San Fran-cisco y Santa Cruz, en Santander; los de San Fran-cisco y Santa Clara, de Castro Urdiales; además de otros en el País Vasco. En efecto, en 1626 se hace cargo de la edificación del claustro este arquitecto de la orden, por lo que la iglesia estaría ya termina-da o a punto de concluirse. Aun así, su autor no vio finalizada toda la obra, ya que falleció en 1650. Se compone de una planta baja, con nueve arcadas de medio punto en cada una de las crujías o pandas, sobre pilares cuadrados; y un piso alto cerrado de muro, con vanos cuadrados de tamaño medio. El cuerpo bajo es de sillería bien labrada, constituida por amplios sillares. Los lunetos interiores de las bóvedas de arista estuvieron decorados en el siglo XVIII por lienzos semicirculares –firmados, entre 1741 y 1742, por Francisco de Bustamante–, con escenas de las vidas de san Francisco y santo Domingo, que actualmente se conservan en el Museo Diocesano de Santillana del Mar. Las crujías de la parte baja mantienen el solado original de losas y cantos rodados (similar al del convento Regina Coeli, de Santillana del Mar), mientras que el piso alto es de madera. El patio está centrado por una fuente, símbolo del agua de la vida eterna de la que salen los cuatro ríos –hoy pasillos de piedra–, según la tradición medieval, que identificaba el claustro con el Paraíso. LA TORRE Es el elemento más emblemático del convento. Anterior al actual templo, se erige altiva sobre el caserío dominando el valle. Su aspecto es único en Cantabria. Se alza como remate de la fachada principal, sobre la portada; y, por contraposición con el cuerpo inferior, que es cuadrado y de estilo renacentista, los dos pisos de la torre son octogonales y abiertos por rasgados ventanales con arco de medio punto, pero que reflejan la tradición gótica, re-cordando al edificio anterior.

Su estructura es de piedra de sillería, y se complementa con un cuerpo cilíndrico adosado al lado sur, que corresponde a la soberbia escalera de ca-racol en voladizo, sin núcleo central, que es una de las más interesantes de Cantabria por carecer de eje de sustentación.

Culmina en una espléndida terraza desde la que se observa una bella pa-norámica del valle de Toranzo. La torre marca un hito importante entre la tradición gótica y la estética barroca, que predominará a partir de este momento en la región. En su remate se encuen-tra una fecha: 1573. LA RESTAURACIÓN Ocho años de duros trabajos ha empleado la Escuela Taller Diocesana –fruto de una original iniciativa del Obis-pado de Santander en convenio con or-ganismos públicos– en reconstruir el convento. La dinámica escuela ha ido formando a jóvenes de la comarca –a través de ciclos sucesivos de dos años–en los oficios tradicionales de cantería, albañilería y carpintería, hasta conver-tirles en artesanos de la piedra y de la madera, para seguir la gran tradición y gloria que estos oficios aportaron a Cantabria en épocas pretéritas.

El proyecto ha respetado gran parte de su estructura primitiva –comedor, celdas…–, adecuando las antiguas dependencias al nuevo destino, con las comodidades que hoy exige la vida moderna. El claustro alto y el comedor se han decorado con una veintena de grandes lienzos de contenido religioso, e inspirados en artistas clásicos, obra del pintor santanderino José Ramón Sánchez. En el jardín del convento se ha ubi-cado una escultura en piedra de la pa-trona: la Virgen del Soto. La figura, rea-lizada hace tres décadas por Enrique Somavilla (autor de la escultura de la iglesia neorrománica de Puente Viesgo), es una interpretación de la imagen gótica del retablo mayor. El pasado 4 de octubre, festividad de san Francisco, el convento inauguraba su nueva función como Casa Diocesana de Espiritualidad para servir de lugar de reflexión, retiro y convivencia de grupos religiosos que deseen profundizar en la vida interior y el encuentro con Cristo.

Bibliografía y referencias:

Artículo publicado en la revista de Caja Cantabria por Enrique Campuzano Ruiz, doctor en Historia del Arte y director del Museo Diocesano.